El pelo es, probablemente, el material indeseado que más frecuentemente aparece en platos de comida. Nos causan suma repulsión y a veces, dan ganas de tirar todo el plato, o la cazuela, para seguir comiendo. Eso si lo vemos… Si el pelito logra pasar desapercibido entre los ingredientes, lo ingerimos alegremente y sin consecuencia alguna. Después de todo, se trata de una fibra orgánica que no puede hacernos ningún daño.
En lo que sí estamos de acuerdo tod@s es en que, si tenemos intenciones de que una preparación sea apetecible, jamás agregaríamos cabello a propósito… ¿o sí? Al parecer, hemos estado comiendo mucho más cabello humano del que esperábamos; no por error, no por una extraña broma de amigos, sino porque el cabello es indispensable para hacer que algunas de nuestras comidas favoritas sean más deliciosas. Veamos.
“Sí, y ahí es donde debe estar”, sería la respuesta. El cabello humano es una fuente casi invaluable de aminoácidos, que se utilizan para producir dos aditivos sumamente frecuentes en alimentos procesados: L-Cisteína y E 920. Se utilizan para prolongar el tiempo de vida de los alimentos, así como para potenciar algunos sabores y obtener ciertas texturas.
El cabello humano está compuesto en un 8% de cisteína, y es la principal materia prima para producir la cisteína usada en la industria alimentaria. Al parecer, la mayor y mejor fuente de este ingrediente está en las peluquerías de China. Según se dice, ahí se encuentra el cabello más limpio.
La L-Cisteína se utiliza en las masas de panes, pizzas, bagles y croissants; en las preparaciones de cadenas como McDonald’s, Dunkin’ Donuts y Burger King; y en muchísimos alimentos más -algunos de los que sabemos y otros de los que no tenemos ni idea-.
En China también suele procesarse el cabello para fabricar salsa de soja. En esta preparación, el pelo sustituye a… ¡la soja! Increíble, pero cierto. Este inusual ingrediente es una materia prima mucho más barata y fácil de encontrar, por lo que ayuda a satisfacer la creciente demanda con precios competitivos.
Y, en efecto, lo es. En Europa se considera no ético el uso de cabello humano para la producción de aditivos. Sin embargo, hecha la ley, hecha la trampa. La verdad es que no es posible saber dónde se produjo la L-Cisteína que aparece en la lista de ingredientes de la etiqueta y, mientras su producción con cabello está prohibida en Europa, no está prohibido comprar L-Cisteína fabricada en otros lugares donde sí está permitida.
Bueno, la solución parece simple: evadir todo producto que tenga L-Cisteína en su lista de ingredientes. Pero, por supuesto, escapar de la maraña capilar no es tan fácil. Si un saborizante constituye menos del 2% de una receta, los fabricantes no tienen la obligación de incluirlo en la lista de ingredientes.
Money, money, money. Existen otras fuentes de aminoácidos que permitirían producir exactamente los mismos aditivos, pero son más costosas que los recortes de pelo de la peluquería de la esquina y, además, no son tan potentes. Tradicionalmente, la L-Cisteína se ha sintetizado a partir de vegetales, pero también se encuentra su materia prima en fuentes animales como plumas, pezuñas, cuernos y, también, pelo.
Además de no sonar muy apetitoso, la cuestión levanta otra serie de problemas éticos. Por ejemplo: consumir pelo humano es haraam —prohibido, para los musulmanes— (pero sí está admitido como alimento kosher, por si alguien se lo estaba preguntando), y ¿qué pasa con los vegetarianos y veganos que consumen estos alimentos sin saber que algunos componentes tienen origen animal? En este caso, el pelo humano parece una mejor alternativa, tomando en cuenta que despojar a un ave de sus plumas o a un mamífero de sus cuernos resulta más cruel que pasar una tarde en el salón de belleza.
La buena noticia (?) es que los expertos afirman que la mayor parte de la cisteína que se encuentra en masas es apta para vegetarianos, porque está exclusivamente fabricada con químicos… Lo que nos lleva a la siguiente pregunta:
Es difícil saberlo porque, como se ha podido ver, estos ingredientes no aparecen listados en las etiquetas. En este punto, parece sensato exigir un poco más de rigor informativo en la industria alimenticia. Esto, sin embargo, no se compagina muy bien con los secretos empresariales necesarios para mantener ventaja sobre la competencia gracias a las investigaciones propias.
La única alternativa parece ser volver a consumir alimentos menos procesados con cadenas de producción y distribución más cortas. Es decir, revertir los procesos que hemos desarrollado y potenciado en las últimas décadas. Además de ser una alternativa más confiable, también parece ser la más sana y más amigable con el planeta.
Por perturbador que nos pueda parecer el hecho de que el cabello humano sea un ingrediente de los aditivos alimenticios más comunes, vale la pena poner las cosas en perspectiva: la verdad es que se trata de uno de los ingredientes más inofensivos. Tal vez, este pelito en nuestro plato no es más que un llamado de atención para preguntarnos “¿Qué estamos comiendo realmente?”.
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