La sal compite con el azúcar por ser el condimento más utilizado en el mundo, aunque es probable que lo dulce aventaje ligeramente a lo salado. El paladar humano admite mejor lo dulce cuando espera
salado, como en un plato con una salsa dulce, que lo contrario, como un postre salado. En el post de hoy no habrá confusiones: hablaremos solamente de la sal.El sodio ayuda a mantener la presión de la sangre y estabiliza los líquidos. Esto se debe a que el organismo necesita de un equilibrio entre el sodio y el agua: si el sodio está en cantidades normales, todo va bien. Si falta sodio, el organismo da la orden de equilibrar expulsando agua (por el sudor o la orina); si sobra sodio, el organismo da la orden de retener líquidos. Hoy en día es casi imposible que el cuerpo humano tenga menos sodio del necesario, así que los problemas suelen venir por un exceso de sodio. Consecuencia: se retienen líquidos.
La retención de líquidos provoca un aumento de la presión arterial, es decir, que la sangre que circula por las venas y las arterias presione con mayor fuerza contra estos conductos, lo que aumenta el riesgo de rotura. Es lo que se denomina hipertensión. A más fluidos circulando por el organismo, mayor trabajo para los riñones en su vital función de regular nuestro interior a través del filtrado de los líquidos. Otro problema derivado de la retención de líquidos es la aparición de hinchazones en piernas, tobillos y brazos.
Como toda máquina que funciona forzando sus capacidades, basta un pequeño problema para que el motor de la máquina colapse. En nuestro caso, el motor es el corazón. Un organismo funcionando así es el escenario perfecto para que se produzca un ataque cardiaco. En la OMS conocen la relación entre el consumo excesivo de sal y la hipertensión y no dudan en recordar que la reducción de la ingesta de sodio reduce drásticamente la tensión arterial en adultos.
Comer menos sal es una tarea muy difícil. No porque no se sepa qué alimentos tienen sal, al contrario, todos los productos dicen exactamente cuánta sal contienen, sino porque hoy en día todo tiene sal. Y no poca, precisamente. Embutidos, alimentos procesados de todo tipo (fiambres, galletas, salsas…), los platos que se sirven en restaurantes, siempre un punto de sal por encima de como los comeríamos en casa. Todo tiene sal. Y si el alimento no tiene sal, como las verduras, se la echamos en casa. Que la sal sea un sabor especialmente agradable para el paladar nos complica mucho las cosas. Si no hay suficiente sal, se echa de menos.
Por eso la solución es cambiar el hábito de comer salado. Más que estar pensando en cuántos gramos de chorizo se pueden comer, lo que hay que intentar es aumentar la presencia de alimentos no salados en las dietas, como verduras y legumbres, y dejar los alimentos superricos en sal para ocasiones especiales.
Otra opción es echar la sal después de cocinar el plato. Durante la cocción, la sal se diluye y pierde sabor, lo que nos obliga a echar más cantidad. Este problema desaparece si la sal se la echamos al plato una vez está en la mesa: necesitaremos mucha menos cantidad de sal para notar el sabor salado.
Lo ideal sería hacer desaparecer la sal de nuestra dieta, pero como eso es imposible, sí que podemos intentar reducirla: echar menos sal a los platos, comer menos alimentos con sal y tratar de comer más en casa. Difícil, pero no imposible.
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