Si eres aficionado a las series de investigación científica, como las decenas de versiones de CSI, Bones, Castle o parecidas, seguro que lo primero que piensas cuando ves una noticia de crimen es que los investigadores tendrían que empezar por buscar pelo. La ficción nos ha transmitido que no hay crimen sin castigo si el culpable se dejó parte de su melena en la escena del delito. Si esto es cierto o no será la pregunta que trataremos de resolver en el post de hoy.
Lo primero que tenemos que decir es que el pelo es tan útil para los investigadores como te imaginas. Gracias a un análisis del cabello, de un solo pelo es posible determinar si la persona a la que pertenece ese cabello estuvo en el lugar investigado o no (siempre que ese lugar no sea un ambiente totalmente esterilizado), si tomó drogas o si estuvo expuesta a metales pesados. Es más, si el pelo en cuestión tiene parte de la raíz, es posible que ese mismo pelo sea suficiente para conseguir hasta el ADN. Y teniendo el ADN, esclarecer el caso es sólo cuestión de tiempo.
Y aún hay más. La información que está dentro del pelo no suele perderse. Sí desaparecerán los restos de arena, polvo, pintura o de cualquier sustancia que flotara en el ambiente cuando sucedió lo que se investiga, pero si hablamos de drogas ingeridas o de metales, por no hablar del ADN, entonces no: esa información tardará siglos en desaparecer, si es que lo hace. La mejor prueba de esto es que todavía hoy se siguen descubriendo costumbres de los primeros pobladores de Egipto gracias a la información que quedó inmortalizada en su pelo.
Puede ocurrir que un crimen, que no tiene por qué ser violento, imaginemos un robo, suceda en un entorno donde diversas partículas flotan en el ambiente. Imaginemos el robo de una joyería al lado de un edificio en obras. O cojamos el argumento tan tratado en el cine de entrar en una joyería practicando un agujero en el techo, en la pared o en el suelo. Bueno, pues es muy posible que durante los trabajos de albañilería necesarios para abrir el pasadizo, alguna mota de polvo, yeso, serrín, lo que sea, fuera a parar a la cabeza. Si esto sucediera y los cacos fueran pillados, aunque sea a decenas de kilómetros del lugar del crimen, la sola presencia de esa partícula de polvo ya sería incriminatoria.
El caso anterior es bastante obvio. Pasemos al siguiente. Imaginemos un nuevo robo, pero ahora con algo de violencia: el ladrón droga a su víctima para dejarla fuera de juego. ¿Cómo sabe la policía qué droga se utilizó? Analizando el cabello. Pero es más, el cabello no sólo guarda los cambios metabólicos que produce la droga en nuestro organismo, sino que también da pistas sobre cuándo actuó esa droga. ¿Hablamos sólo del pelo de la cabeza? No, esa es una de las partes menos conocidas: debido a la conexión directa que tienen nuestros folículos pilosos con el torrente sanguíneo, cualquier cabello puede darnos información sobre lo que ha circulado por nuestra sangre. ¡Cualquier cabello!
Vayamos ahora al caso más complicado de todos. Se ha producido el robo de un cuadro y no hay más pistas en la escena que el pelo de una ceja. ¿Qué se puede obtener de tan minúsculo rastro? El análisis del cabello, sin entrar todavía en su ADN, permitirá a los policías conocer la raza del ladrón. No mucho, pero ya es algo. Hablemos ahora del ADN. Si esa ceja tiene raíz suficiente, es posible que se pueda recuperar parte de la información de su ADN. Un análisis en profundidad añadirá algunas pistas más, como el sexo del ladrón. Pero hay más: si el ladrón ya se dejó sus restos en otra escena del crimen, descubrirle será tan fácil como buscar en la base de datos de la policía. No está mal para un solo pelo de una ceja.
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