El cortisol es una hormona esteroidea, o glucocorticoide, producida por las glándulas suprarrenales, las cuales están situadas encima de los riñones. Se libera como respuesta al estrés y ante situaciones tales como despertarse por las mañanas o después de hacer ejercicio físico.
Sus funciones principales son incrementar el nivel de azúcar en la sangre a través de la gluconeogénesis, suprimir el sistema inmunológico y ayudar al metabolismo de las grasas, proteínas y carbohidratos.
El cortisol, por tanto, está implicado en la respuesta de “supervivencia” ante un evento o situación estresante. Pongamos el siguiente ejemplo:
Después de la breve explicación anterior, podríamos pensar que el tener niveles elevados de cortisol no constituye un problema para el organismo, y, efectivamente esto es así.
Vivimos en una sociedad en dónde continuamente vivimos corriendo y con niveles elevados de estrés la mayor parte del tiempo, por lo que nuestros cuerpos no paran de bombear cortisol y esto, a medio-largo plazo, genera estragos en nuestro organismo.
Tener un exceso de cortisol en el organismo de manera habitual puede hacer que la persona termine padeciendo un trastorno llamado “Síndrome de Cushing”, cuyos principales síntomas son:
– Aumento de peso, principalmente en la cara, en el pecho y en el abdomen.
– Color rojizo y forma redondeada de la cara.
– Aumento de presión arterial.
– Debilitamiento de los músculos.
– Osteoporosis
– Ganas de beber agua mayor de lo habitual y, en consecuencia, mayor frecuencia en ir al baño para orinar.
– Osteoporosis.
– Cambios de humor produciendo, ansiedad, irritabilidad y/o depresión.
– Disminución de la líbido.
– En las mujeres, irregularidades en el periodo menstrual, llegando incluso a la desaparición total de la misma.
Por el contrario, tener niveles bajos de cortisol en nuestro organismo puede deberse a la denominada Enfermedad de Addison. Se trata de una enfermedad autoinmune, en la que el propio cuerpo destruye las glándulas suprarrenales. Los principales síntomas de dicha enfermedad son:
– Pérdida de peso.
– Cansancio.
– Mareos, sobre todo, al levantarse para ponerse de pie.
– Debilidad muscular.
– Cambios de pigmentación en la piel.
– Fluctuaciones en el humor.
Dichos síntomas aparecen de forma gradual y cuando hay sospechas de ella, hay que consultar de forma inmediata a un especialista para que realice una evaluación de forma urgente.
La falta de sueño, el aumento en el consumo de cafeína y alcohol también tienen efectos sobre el cortisol, provocando un aumento en los niveles de los mismos.
Normalmente solemos ingerir una mayor cantidad de cafeína cuando estamos más estresados, quizá porqué necesitamos mantenernos espabilados durante más tiempo, con lo cual hay una mayor liberación de cortisol por parte de nuestro organismo.
Si además está combinación viene acompañada de un aumento en el consumo de bebidas energéticas podemos provocar un desequilibrio a nivel importante en nuestro cuerpo.
También en periodos de estrés prolongados, se suele dormir menos, algo que también influye en nuestros niveles de cortisol.
En resumidas cuentas, aumentar el consumo de cafeína, de alcohol y padecer una falta de sueño, actúa de manera conjunta en la cantidad de cortisol liberado por nuestro cuerpo, aumentando por tanto los niveles de estrés que debemos tratar.
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