La lucha contra el cabello rebelde no es un fenómeno global. Si algo nos está enseñando nuestra serie Mirando al pasado, donde ya hemos hablado de la evolución de los peinados y de la invención del peine, es que la preocupación por el cabello sólo aparece en las sociedades donde la estética y la apariencia están relacionadas con la posición social. Antes de los primeros egipcios, es decir, hace unos 5.000 años, es muy complicado encontrar una sociedad que se preocupara por la apariencia, al menos en lo relacionado con el cabello.
Avanzado el tiempo no encontramos muchas más pistas sobre el uso de fijadores. Sí se sabe que la cera se utilizaba para dar forma a los bigotes y sus finales puntiagudos, pero no se conoce un uso masivo de la fijación como podría entenderse hoy en día. Simplemente no existía la necesidad de fijar el cabello: los peinados más creativos de las cortes europeas de los siglos XVII y XVIII no estaban esculpidos directamente sobre las cabezas de las damas de la nobleza, sino que eran pelucas.
Pero no fue hasta el siglo XX cuando empezaron a llegar los fijadores comerciales. El primer cuarto del siglo supuso una auténtica revolución en química, impulsada en buena manera por las guerras de finales del XIX y la Primera Guerra Mundial y por la explosión del uso del petróleo. Los avances en esta materia llegaron a muchas ramas de la sociedad, como el transporte, la limpieza o la estética. Los primeros fijadores surgieron en forma de gel a finales de la década de los 20, normalmente como resultado de experimentos fallidos en la búsqueda de productos de limpieza para el cuerpo. Es el caso de geles derivados del petróleo o de diversos aceites naturales, como el del maíz o el del macasar, productos que sorprendieron a sus inventores como fijadores para el cabello.
Diversas compañías químicas explotaron la fórmula de los fijadores durante los 30 y los 40, y se gastaron millones en promocionar estos productos entre los hombres. El mejor escaparate fue el cine, con sus galanes Clark Gable, Humphrey Bogart, James Cagney, James Stewart o Cary Grant, entre muchos otros, luciendo cabelleras peinadas hacia atrás y siempre brillantes. En forma de gel o de cera, los fijadores fueron un complemento básico para los hombres hasta bien entrados los 50. Después, la influencia de peinados más naturales y menos brillantes redujo el uso de fijadores, aunque siguieron siendo un buen complemento para los hombres de mediana edad.
En cuanto a los productos fijadores para la mujer, su desarrollo fue muy cercano al de los hombres al principio. Durante los años 20 y 30 proliferaron los peinados a lo bob o a lo garçonne entre las flappers, las chicas que encabezaron el movimiento feminista de los años 20. También ellas usaron fijadores para sus peinados.
En la década de los 30, el desarrollo de los geles de fijación dio con fórmulas más ligeras y sus usos se multiplicaron: ahora se podrían usar no tanto para fijar peinados cortos, sino también para realzar las ondas en los peinados largos. Los empresarios de los geles habían dado con la fórmula para hacer llegar sus productos al público femenino masivo, no sólo a las mujeres con peinados tradicionalmente masculinos. La máquina del cine echó a andar y numerosas actrices se sumaron a la moda de los peinados con productos de fijación ligera, como Marlene Dietrich, Claudette Colbert, Joan Crawford, Carole Lombard o Katharine Hepburn.
De nuevo hubo que esperar a otra revolución científica motivada por la guerra. Esta vez fue en el campo de la conservación de productos en atmósferas de gas, lo que dio lugar al uso masivo de aerosoles. En el campo de la cosmética aparecieron varios productos, pero el que nos atañe aquí es la laca, un producto destinado también a la fijación pero que permitía mucha más creatividad y un acabado más natural que el pegajoso producto de los hombres.
Desde el principio la laca se estableció como uno de los productos de más éxito entre las mujeres. No importaba el momento estético, pues valía para todo: servía tanto para los recogidos con gracia de los 40 y los 50 como para mantener el pelo rebelde en su sitio en las largas melenas de los 60, o para los afros de los 70 y qué decir de los cardados de los 80, donde la laca se vendió como nunca.
En los últimos 30 años el pelo ha ganado en naturalidad, pero la laca ha seguido ahí y, todo apunta, a que seguirá siendo uno de los complementos básicos de la estética.
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