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La permanente, un antes y un después en el estilismo capilar

Una chica sentada en una sofá con el pelo rizado se toma un café
¿Están las permanentes de moda? ¿No lo están? Ese no es el tema de hoy, aunque hablaremos de ello en otro post. Hoy nos centraremos en el origen de esta técnica de estilismo capilar: de dónde viene, quiénes fueron sus máximos impulsores y cómo evolucionó la técnica hasta lo que hoy podemos encontrar en las peluquerías. Empezamos:

Técnicas para convertir el cabello liso en rizado

Lo primero que hay que decir es que la permanente, entendida como la técnica para convertir el cabello liso en ondulado o rizado durante un tiempo, no es un invento moderno. Hay quien afirma que ya los egipcios recurrían a una técnica poco clara donde intervenía el barro. Pero lo cierto es que las pinturas que tenemos de aquella época, así como los escritos, nos dicen tres cosas: que lo normal era afeitarse la cabeza, que esa cabeza monda se cubría con peluca y que esa peluca solía ser una media melena con el pelo liso. Con estas pistas es complicado afirmar que la permanente fuera una técnica común en Egipto.
Donde sí tenemos pruebas de que la permanente fuera popular es durante el Renacimiento y, especialmente, en el Barroco. Entre los siglos XV y XVIII –metemos tanto el Renacimiento como el Barroco– se produjo una recuperación de lo griego: las artes, las ciencias, la filosofía, la estética. Y dentro de la estética, los rizos tuvieron una enorme importancia. En el Renacimiento hubo tímidos avances gracias a las pelucas rizadas, pero con el Barroco lo de los rizos fue un auténtico boom.

Cuadro que representa a unos aristócratas franceses vistiendo las pelucas rizadas del barroco

Obra: Ex-Voto, 1696. Autor: Nicolás de Largilliere

¿Significa esto que podemos ya hablar de una versión primeriza de la permanente? No tanto. Los barrocos eran fervientes amantes de los rizos, pero todavía no los querían en sus cabelleras, sino en sus pelucas. Las pelucas, que en aquella época eran auténticas esculturas capilares con decenas de adornos y hasta maquetas de barcos –como suena, el objetivo era distinguirse como fuera de los demás–, se rizaban. El método era sencillo: se enrollaba el cabello en palos de madera y se introducía la peluca en hornos de pan para que se fijara la forma.

La permanente moderna

Durante el siglo XIX la popularidad del rizo descendió. Hubo tanto cabello rizado durante el Barroco que los nobles se cansaron de él y las clases populares estaban a otras cosas. Pero como toda moda, el gusto por el cabello ondulado volvió y Marcel Grateau, una de las figuras más importantes de la historia de la peluquería, patentó unas tenazas para ondular el cabello. La técnica nos suena: calentar al rojo las tenazas de hierro y presionar con ellas los mechones de cabello. Rizar no rizaba mucho, pero esas ondulaciones fueron tan famosas y demandadas que desde finales del XIX y hasta principios del XX se conocieron como Ondas Marcel.
Unos años más tarde, en los primeros años del siglo XX, el alemán Karl Nessler, otra figura clave de la peluquería, inventó su propia máquina doméstica para rizar el cabello. El sistema era novedoso, pues se olvidaba completamente de las tenazas y se basaba en el sistema de la panadería y la peluca del Barroco: enrollar el cabello en cilindros metálicos al rojo. Resultó un éxito y el rizado por calor se popularizó en la Europa previa a la Primera Guerra Mundial.
Pero con el paso de los años, las máquinas de Nessler se encontraron con un problema inesperado: a partir de la primera quincena del siglo XX los cabellos cortos se popularizaron gracias a las flappers –las mujeres que querían divertirse tanto como los hombres de la época –, por lo que los largos cilindros del artefacto de Nessler se volvieron inútiles.

Imagen de Coco Chanel

Coco Chanel

La solución vino desde el otro lado del Atlántico a comienzos de los 30. Los químicos Ralph L. Evans y Everett G. McDonough probaron un revolucionario método: conseguir rizar el cabello sin aplicar un objeto caliente. ¿Cómo lo harían? Por medio de su especialidad: la química. La clave seguía siendo el calor pero este no se producía ya aplicándolo directamente con rodillos sino con una sustancia química. El cabello, empapado con esta sustancia, se enrollaba y, un día después, ya estaba rizado. Que ya no hubiera una fuente de calor directa no significaba que el riesgo de quemadura descendiera; al contrario, la sustancia química que usaron Evans y McDonough podía producir quemaduras en el cabello y en el cuero cabelludo.
En esa misma década, el estadounidense Arnold Willatt, que murió en 1988 a los 102 años, inventó la permanente en frío. Por primera vez, el rizado no se haría aplicando calor, ya fuera directo o con química, sino atacando a la estructura celular del cabello. Aplicando una sustancia, Willatt destruía la resistencia de la queratina, la proteína que forma el cabello, y la volvía manejable. En ese momento, rizaba el cabello y, después, utilizaba una sustancia que fijaba la forma. Más seguro, rápido y sencillo (aunque, como se descubriría más tarde, no tan saludable para el cabello y su queratina, que se desgastaba con cada uso)
¿A que esta fórmula recuerda a lo que hoy en día se hace en las peluquerías?

Sissi y su obsesión por el cabello

No es difícil imaginar que en pleno siglo XIX, en el centro de Europa, los nobles disponían de tiempo y dinero suficientes para entregarse a sus aficiones. Había quien guerreaba, quien conspiraba, quien admiraba el arte y pagaba para conseguirlo (o para arrebatárselo a otros), quien exploraba un mundo todavía misterioso… Caballeros, vizcondes, condes, marqueses y duques hacían lo que querían. Y si hablamos de ellas, de las nobles, pues igual, aunque encorsetadas por las limitaciones de aquel tiempo. Una de las personalidades de esta época de cuya obsesión más sabemos es la emperatriz Isabel de Baviera, más conocida como Sisi, una mujer obsesionada con su imagen y con su cabello.
Sisi, emperatriz consorte de Austria durante la segunda mitad del siglo XIX, pasó a la Historia como una mujer totalmente obsesionada por su aspecto y, más aún, por su cabello. Su melena era reconocida en todas las cortes y las crónicas de la época la destacaban entre las demás. Señalaban dos cuestiones singulares: sus peinados elaboradísimos y su longitud, pues sus largos cabellos le llegaban a los tobillos, extensión considerable si tenemos en cuenta que la emperatriz medía más de 1,70.
sissi emperatriz
Pese a sus numerosos talentos (hablaba cinco idiomas, leía y releía a los clásicos griegos, gustaba del teatro), rápidamente comprendió que necesitaba un par de manos expertas si quería dar a su cabello el mimo que necesitaba. Y encontró tales manos en Fanny Angerer, la peluquera del teatro de la corte. No fue casualidad que Sisi escogiera a su peluquera de entre bambalinas, pues la emperatriz prefería los peinados artísticos del mundo teatral a los que veía en la corte, versiones mucho más limitadas por los estrictos cánones estéticos de la época. De hecho, tenía álbumes donde recopilaba imágenes de peinados que le llamaran la atención.
La peluquera Angerer estuvo a la altura y cumplió con creces los desafíos de su única clienta. Para Sisi, su cabello se convirtió en una prioridad. Todo su cuerpo lo fue: practicaba deporte a diario (tenía un gimnasio en todas sus casas, normalmente unas anillas para colgarse) y cuidaba al detalle su alimentación, si bien no era del todo equilibrada: pescado hervido, frutas y caldo de carne. La consecuencia fue que, a pesar de su altura, Sisi rara vez pasó de los 50 kg.
Pero volvamos al cabello. Rutinas de cepillado de unas tres horas diarias, lavados y cuidados que se extendían durante horas, cosméticos de sustancias exóticas… Al final hubo que reservar un día de la semana para dedicarlo por entero al cabello. Este hábito se extendía incluso de viaje. Angerer acompañaba a Sisi en todas sus salidas, que no eran pocas ni cercanas –Sisi no estaba cómoda entre la corte austriaca–, y peluquera y emperatriz se convirtieron en inseparables. Incluso existe el rumor de que la peluquera actuaba de doble de la emperatriz en aquellas citas a las que no quería asistir. Unas veces no iba por desgana, pero otras porque Sisi no consideraba que su cabello fuera adecuado para las citas.
Esta obsesión por el cabello granjeó a Sisi algunos problemas. Además de limitar su agenda, también sufrió dolencias físicas. Su mata de pelo, especialmente cuando se lo recogía sobre la cabeza, pesaba más de lo que su endeble cuello estaba dispuesto a aguantar, lo que la producía dolores de cabeza y de columna que se convirtieron en habituales. Aficionada a montar a caballo –quizá su segunda gran pasión–, pasó largas temporadas sin acercarse a estos animales aquejada de dolores físicos. La solución hubiera sido cortar la melena, pero Sisi tenía bien claro que el cabello sería siempre su prioridad número uno.

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