Seguimos con nuestro periplo histórico a través del cabello. En el post de hoy abordaremos la Edad Media, un periodo extensísimo (más de 1.000 años) donde el cabello tuvo una importancia irregular. Empezamos.
Pero antes, establezcamos dos periodos más o menos diferenciados para intentar hacer el viaje algo más sencillo. Primero, la Alta Edad Media, periodo comprendido entre los siglos V y X. Oficialmente, la Edad Media comenzó en el 476 con la caída del Imperio romano de Occidente a manos de las hordas bárbaras. Que una de las culturas más avanzadas del momento fuera erradicada por una de las más atrasadas fue un hecho que resultó decisivo en el devenir de la Historia, también para el cabello.
Tras la caída del Imperio romano de Occidente, Europa se convirtió en un escenario de guerra, con continuas invasiones de pueblos acostumbrados a la batalla y la expansión sangrienta como los vikingos, los húngaros o los eslavos. El resultado fue un clima de terror e indefensión que impidió el desarrollo de las artes y de la economía, pues todos los recursos iban destinados a defenderse. Se estableció así el feudalismo, en el que los señores de las tierras protegían a sus pobladores a cambio de tributos.
Esta amenaza continua se mantuvo hasta aproximadamente el año 1000, momento en que los invasores dejaron de atosigar y permitieron que los pueblos pacíficos se desarrollaran. Floreció entonces la economía, gracias al crecimiento de las ciudades y del comercio, y con ello se inició un nuevo periodo: la Baja Edad Media, que durará hasta el descubrimiento de América en 1492.
Así que tenemos la Alta Edad Media (siglos V-X), que es oscura y sangrienta, y la Baja Edad Media (siglos XI-XV), que es esperanzadora y más avanzada.
Como sucede en muchísimos momentos de la Historia, los conquistadores intentan borrar cualquier rasgo que recuerde a los conquistados. Con el cabello pasó lo mismo: los bárbaros intentaron que sus peinados nunca se pareciesen a los que llevaban los romanos. Si el peinado en Roma era ordenado y en ocasiones hasta elaborado, los bárbaros buscaron justo lo contrario: media melena y poco más. Y barba para los señores que se las daban de dignos, pero sin arreglar demasiado.
En cuanto a las mujeres, la Edad Media supuso un periodo de ocultación de los atributos femeninos, incluso de los más inocentes, así que los complementos que tapaban la cabeza se volvieron masivos. El objetivo era ocultar cuanto más cabello, mejor. Las mujeres casadas llevaban cofias y gorros de desiguales calidades, siempre preocupadas por no herir la sensibilidad de los miembros del clero. En el campo, las mujeres tampoco mostraban sus cabellos, aunque no era tanto por el pudor de las mujeres nobles, sino por comodidad: el cabello largo molesta cuando se trabaja en la labranza. El cambio con respecto al periodo romano fue radical: si antes había peinados elaboradísimos, con sus cuentas y sus bucles, ahora la sencillez de la media melena sería lo habitual.
Con el desarrollo del comercio apareció una nueva clase social a medio camino entre el pueblo llano y la nobleza: los burgueses, los propietarios de los comercios. El aumento de la seguridad en los caminos favoreció el comercio entre ciudades, así que los vendedores empezaron a amasar riqueza y a competir entre ellos por ver quiénes se convertían en los más ricos. Cuando los más ricos se distinguieron de los medianamente ricos, surgieron nuevas formas de competición. «Ya soy el más rico, seré ahora el más elegante, el mejor vestido». Y dicho y hecho: si el aspecto había sido antes secundario, se convirtió en una preocupación para quienes tenían acceso a los mejores modistos y peluqueros.
Esto tampoco es que supusiera una revolución, pero al menos sí que se empezó a prestar algo más de atención al cabello. Las mujeres con poder, bien porque fueran nobles o porque sus maridos fueran prósperos comerciantes, descubrieron los recogidos. Así, aparecieron las trenzas, normalmente dos, que juntaban el cabello y lo llevaban tras las orejas. A veces se llevaban recogidos que hoy provocarían extrañeza, como el que formaba una especie de cuernos a los lados de la cabeza. Enseñar el cabello era todavía algo discutible, aunque se produjo cierto relajo: las cofias seguían a la orden del día, pero algunas mujeres se atrevían a prescindir de ellas a cambio de mostrar unos recogidos muy sobrios.
En cuanto a los hombres, la apertura fue mucho menor y la media melena siguió siendo lo habitual. Quizá alguna melena larga y un flequillo corto para los más valientes, pero nada transgresor. Esta falta de valentía capilar fue lo que motivó cambios más radicales en los siguientes siglos, pero de esto hablaremos en próximos posts.
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